El Claro Arena vivió una noche que difícilmente podrá repetirse con la misma intensidad. Toto, una de las bandas más influyentes del soft rock y el pop-rock de los años ochenta, ofreció un concierto que combinó virtuosismo, emoción y una nostalgia casi palpable.
Desde los primeros minutos, el público comprendió que estaba frente a una presentación cuidada al detalle, ejecutada por músicos que dominan su repertorio con una naturalidad solo posible después de décadas de oficio.
El teloneo estuvo a cargo de Christopher Cross, quien preparó el ambiente con una elegancia íntima. Su set funcionó como una antesala magnífica, un puente emocional hacia lo que vendría más tarde.
Toto 2025: un viaje que cautivó a la fanaticada
Canciones como “Sailing”, “Never Be the Same” y “Arthur’s Theme” hicieron que el público se recogiera en recuerdos, activando esa memoria afectiva que solo el soft rock sabe despertar. Una temperatura perfecta para abrir la puerta al estallido que sería Toto.
La banda comenzó su recorrido con “Child’s Anthem”, un instrumental que encendió de inmediato al público y mostró el tono técnico del resto del show. Fue un inicio sólido, impecable y cargado de energía contenida.
Uno de los momentos más altos de la noche
El viaje continuó con “Rosanna”, el coro retumbó en el recinto como un eco de los ochenta, mientras el característico shuffle levantaba incluso a quienes habían llegado tímidos.
Cada acorde parecía transportar a la audiencia a una época donde los teclados dominaban la FM, los lentos se bailaban con intención y la música tenía ese sonido cálido, casi cinematográfico.
“Georgy Porgy” sumó groove y complicidad. Un momento en que la banda se soltó y el público acompañó sin reservas.
Más adelante, “I’ll Supply the Love” inyectó una energía contagiosa. Demostrando que el catálogo de Toto no solo vive de clásicos radiales, sino también de piezas rítmicas que hoy suenan tan frescas como en su debut.
Uno de los puntos más emotivos llegó con “I’ll Be Over You”, interpretada con una delicadeza que paralizó al Claro Arena. Fue un instante de silencio compartido, de voces temblorosas que se unieron a un coro inmenso.
Después, “Hold the Line” desató la euforia total. El estadio se convirtió en un solo coro, un solo ritmo, una sola memoria colectiva.
Y entonces llegó “Africa”. El cierre perfecto. La canción transformó el recinto en una experiencia catártica, un punto de encuentro entre generaciones que cantaron como si el tiempo no existiera.
Cada éxito trasladó a la gente a aquella época tan hermosa, donde los teclados dibujaban atmósferas, las baladas eran confesionales y la música era puro corazón. Una noche inolvidable.
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