El 11 de octubre de 1997, The Verve alcanzó la cima de las listas británicas con Urban Hymns, su tercer álbum de estudio.
El disco se mantuvo cuatro semanas consecutivas en el número uno. Se convirtió en el más vendido de la banda, con más de 10 millones de copias en todo el mundo.
Incluyó algunos de los temas más representativos del britpop, como Bitter Sweet Symphony, Lucky Man y The Drugs Don't Work. Estos temas consolidaron a The Verve como una de las agrupaciones más influyentes de los años noventa.
En la actualidad, Urban Hymns ocupa el puesto 15 entre los discos más vendidos en la historia del Reino Unido.
Su impacto no solo fue comercial. También definió una época marcada por la introspección lírica, la experimentación sonora y una nueva sensibilidad dentro del rock británico.
Urban Hymns: reencuentro, inspiración y un sonido que marcó época
Tras una ruptura en 1996, el vocalista Richard Ashcroft decidió revivir a The Verve y comenzar a trabajar en un nuevo álbum.
El guitarrista Nick McCabe rechazó la primera invitación, lo que llevó a Ashcroft a reclutar a Simon Tong, un viejo amigo de colegio.
Sin embargo, meses después McCabe regresó, y la química entre ambos guitarristas dio forma al sonido expansivo y emocional de Urban Hymns.
Esa reconciliación fue clave para el éxito del proyecto. “Logramos capturar la esencia de una era”, diría luego Ashcroft sobre el proceso creativo del disco.
El single Bitter Sweet Symphony -basado en un sample de The Last Time de The Rolling Stones interpretado por Andrew Oldham Orchestra- catapultó al grupo a la fama global. Esto ocurrió a pesar de los conflictos legales que acompañaron su lanzamiento.
En paralelo, The Drugs Don't Work se convirtió en el tema más emotivo del álbum. Alcanzó el número uno en Reino Unido con su retrato melancólico sobre la pérdida y la fragilidad humana.
Un clásico del britpop que sigue vigente
Urban Hymns fue aclamado tanto por la crítica como por el público. En 1998, los lectores de Q Magazine lo eligieron como el "Mejor Álbum de la Historia". Ese mismo año, The Verve ganó el Brit Award a "Mejor Álbum del Año".
Con su mezcla de guitarras envolventes, atmósferas psicodélicas y letras cargadas de introspección, el disco consolidó a Richard Ashcroft como uno de los compositores más destacados de su generación.
