Cuando la música dejó de caber solo en vinilos y CD, la industria aprendió a adaptarse. Cambiar formatos, negociar nuevos modelos de ingresos, pelear por licencias. Hoy esa misma industria se enfrenta a otro acelerón tecnológico. La capacidad de las inteligencias artificiales para imitar voces, recomponer canciones y generar pistas completas en segundos.
Spotify no se lanzó a la carrera a ciegas:
Anunció una alianza con los tres grandes sellos, Sony Music Group, Universal Music Group y Warner Music Group. Además de representantes independientes como Merlin y Believe, con el objetivo declarado de construir productos de IA “artist-first” (centrados en los creadores).
Spotify habla de “productos responsables” que incluirían acuerdos de licencia por adelantado, mecanismos para acreditar y remunerar a compositores e intérpretes, y la posibilidad de que los artistas decidan si quieren que su voz o su catálogo puedan ser usados por herramientas generativas. En la práctica, esto equivale a construir una zona segura dentro de la tormenta. Un ecosistema donde la IA es herramienta y no sustituta automática.
El impulso llega en un contexto de litigios, pánico creativo y debates regulatorios. Durante 2024 y 2025 han proliferado demandas contra startups de IA acusadas de usar obras protegidas sin permiso, y varios artistas han mostrado rechazo a resultados que imitan identidades vocales sin control.
Spotify aprovecha su posición:
Es la plataforma con datos más ricos sobre consumo musical y ya aplica IA en recomendaciones. Sumar acuerdos con los sellos le permite ofrecer funciones nuevas (desde experiencias personalizadas hasta herramientas para creación) sin abrir puertas a usos no remunerados del repertorio.
Entre los detalles prácticos que la compañía y los sellos han señalado está la creación de un laboratorio avanzado de IA, pruebas piloto con derechos cerrados y la promesa de ampliar la red de acuerdos a más distribuidores y portavoces independientes con el tiempo.
No es lo mismo lanzar un modelo grande de generación musical que hacerlo sobre catálogos autorizados. La diferencia está en el contrato, en la trazabilidad de las fuentes y en la retribución monetaria. Para los sellos, esto también es una forma de retomar control sobre cómo se monetiza su activo principal: las canciones.
Spotify promete “reglas fundacionales” y consentimientos individuales, pero la receta exacta será el resultado de negociaciones que probablemente se reflejen en futuras demandas o en regulaciones nacionales. Mientras tanto, la atención pública crece.
Desde el punto de vista del usuario final y de los creadores emergentes, la propuesta puede abrir puertas interesantes. Herramientas que ayuden a co-escribir, stems generados legalmente para remixes, o experiencias inmersivas donde una versión “IA” de un artista colabore con fans, según consignó Variety.
Pero la línea roja será siempre la confianza. Los creadores deben sentir que su voz y su obra no serán explotadas sin control. Si Spotify consigue ir más allá del discurso y entregar contratos claros, pagos auditables y opciones explícitas de opt-in/opt-out, podría marcar un estándar en una industria que hoy alterna entre innovación y defensiva legal.
