Cuando pensamos en la historia del heavy metal, rápidamente se nos viene a la mente la imagen de Ozzy Osbourne. Voz entrecortada, presencia teatral y una discografía que cambió la escena del rock. Pero esa misma figura venerada también aclaró las bandas que, a ojos del público, estarían en deuda con su legado. La tensión no era entre buenos y malos, era una que atañe a la música en sí. ¿Qué pesa más, la furia o la melodía?.
En una entrevista remota en la que repasó el pulso contemporáneo del metal, Ozzy Osbourne lanzó una bomba que resume su perspectiva. "Muchas de estas nuevas bandas tienen agresividad, pero ¿Dónde está la melodía? No salgo corriendo a comprar los últimos discos de Snot, Sepultura o Megadeth". Este rechazo no era un gesto de capricho, sino la manifestación de un músico criado con otra escuela sonora, Beatles y pop, que terminó convirtiéndose en el faro del metal oscuro.
¿Qué implican esas palabras hoy?
Primero: que el “odio” del que hablan títulos sensacionalistas suele traducirse, en su caso, a reservas estéticas. Ozzy no negaba la valía técnica de agrupaciones como Megadeth, pilares del thrash, pero cuestionaba su prioridad. Velocidad y agresión por sobre estribillos y gancho. Esa crítica conecta con una fractura histórica dentro del metal. La escuela doom/stoner (más atmosférica, ligada a Black Sabbath) frente a la escuela thrash/extreme.
Segundo: el contexto temporal importa. Las declaraciones reproducidas hoy en artículos retrospectivos reaparecieron en momentos de atención pública hacia la figura de Osbourne. Lo que hace que comentarios pasados se revisen bajo nueva luz y nostalgia colectiva. Ese repaso afecta tanto la recepción histórica de su voz como la relectura crítica de las bandas mencionadas.
Hay también una lectura generacional y de mercado
Osbourne, figura comercial e insigne del espectáculo, se formó en un mercado del pop que premiaba melodías claras. Muchos grupos posteriores forjaron su identidad en oposición a ese paradigma. La intencionalidad agresiva también era una respuesta cultural, así que parte del “rechazo” puede entenderse como choque de prioridades artísticas más que como animadversión personal, según consignó Far Out.
El legado de un artista no se reduce a anécdotas
Pues, se reconstruye en la tensión entre lo que alguien creó y lo que alguien condenó. En última instancia, la discusión que dejó Osbourne es una invitación: escuchar otra vez, comparar, y decidir si la melodía o la furia definen el metal que cada quien ama.
