Slash, el guitarrista icónico de Guns N’ Roses, volvió a encender el debate sobre el futuro de los grandes conciertos cuando declaró sentirse “trepidatious”, reticente, temeroso, acerca de la idea de que la banda toque en el impresionante pero polarizador recinto Sphere de Las Vegas.
La reacción no sólo plantea dudas sobre la idoneidad técnica del recinto para el rock clásico. Sino que abre una discusión más amplia: ¿pueden los formatos inmersivos y altamente producidos casar con la espontaneidad y la crudeza que demanda un show de rock ‘n’ roll?.
En entrevistas difundidas esta jornada, Slash explicó que The Sphere está concebido como “un gran show visual” y que, por ese mismo motivo, siente que no es “el ambiente correcto para un verdadero espectáculo de rock”.
Para el guitarrista, la experiencia rock busca cercanía, imprevisibilidad y una relación directa entre banda y público. Elementos que, según él, podrían diluirse en una presentación diseñada alrededor de proyecciones y efectos inmersivos que en muchos casos dictan la narrativa del concierto.
La observación de Slash llega en un momento clave:
The Sphere se ha consolidado como un experimento de entretenimiento de alto impacto. Residencias con producción audiovisual total ya han convertido al recinto en un imán mediático, pero no todos los artistas se sienten cómodos con sus reglas de juego, según consingó Far Out.
El contraste lo aporta la agenda de artistas que sí aceptan el formato. Residencias recientes y anunciadas muestran que The Sphere es atractivo desde el punto de vista comercial y narrativo. Pero no necesariamente desde la filosofía del rock. Esa tensión quedó plasmada en la cobertura contemporánea del caso, que posiciona el comentario de Slash como el termómetro de una discusión que excede a una sola banda.
Más allá de titulares, el comentario de Slash puede influir en decisiones concretas. Programación de giras, diseño de setlists, y la composición de grandes residencias. Para una banda con el legado y el público de Guns N’ Roses, optar por The Sphere implicaría no sólo adaptar sonido e imagen. Sino decidir cuánto control artístico están dispuestos a ceder a una experiencia diseñada alrededor de pantallas y guiones visuales.
Esa negociación, entre espectáculo y autenticidad, será una prueba de fuego sobre cómo evoluciona el live entertainment en la próxima década.
