La sequía que golpea el centro y sur de Chile no es una anomalía pasajera. Es la manifestación prolongada de un cambio climático que ya deja huellas visibles en glaciares, suelos, aguas subterráneas y las vidas de miles de familias rurales y urbanas.
Desde 2010 la región registra déficits pluviométricos que, en conjunto con olas de calor persistentes, configuraron lo que la literatura científica y los medios llaman una megasequía: más de una década de estrés hídrico que ha transformado el paisaje y la economía local.
Los efectos son concretos y acumulativos: los grandes incendios forestales de los últimos años, con la temporada 2022–2023 y la crisis de febrero de 2024 entre los episodios más devastadores, arrasaron cientos de miles de hectáreas en semanas, destruyeron viviendas, dejaron pérdidas humanas y evidenciaron la fragilidad de infraestructura y capacidades de respuesta frente a condiciones extremas.
En 2023 los fuegos consumieron más de 430.000 hectáreas en la peor temporada en décadas. Otros balances y mapas satelitales muestran que, sumando distintas décadas y tipos de pérdida (incendios, conversión de suelo y degradación). El impacto territorial en vegetación ha alcanzado cifras próximas a millones de hectáreas según distintos conteos históricos y de monitorización.
Día Mundial contra el Calentamiento Global: Glaciares, agua y agricultura, un triángulo en riesgo
El retroceso glaciar es un dato que interpela a las grandes ciudades. Glaciares que alimentan ríos y embalses han perdido metros de espesor y masa en pocas décadas. Por ejemplo, estudios de balance de masa muestran pérdidas importantes en glaciares de la cuenca del Maipo, lo que compromete recursos que hoy abastecen a millones.
El peligro ya no es remoto: la combinación de menos nieve, inviernos más secos y veranos más calientes acelera la pérdida de reservas hídricas estacionales.
Para la agricultura, desde grandes productores hasta campesinos y pequeños no propietarios, la sequía combinada con episodios de lluvias torrenciales y heladas fuera de época produce un doble castigo. Menor producción y mayores pérdidas puntuales.
En zonas como Coquimbo los procesos de erosión avanzan rápidamente; en el sur, las lluvias extremas generan inundaciones cuando ocurren, mostrando la variabilidad climática creciente.
¿Qué dice la ciencia y qué proyecta el IPCC?
Los informes del IPCC y estudios regionales convergen. El centro de Chile (zona mediterránea) tenderá a menos precipitación y a más olas de calor e incendios hacia fin de siglo si no se reducen las emisiones globales. Estos cambios no serán homogéneos, pero sí persistentes, lo que obliga a rediseñar estrategias de uso de suelo, planificación hídrica y medidas de protección social.
Respuestas reales: avances y brechas
La matriz eléctrica chilena ha virado rápido hacia renovables en los últimos años, registro de altos porcentajes de generación renovable y un fuerte crecimiento fotovoltaico y eólico. Lo que reduce la huella de carbono del sistema energético y abre oportunidades para hidrógeno verde y almacenamiento.
Sin embargo, la transición energética no basta: siguen quedando rezagos importantes en transporte, manejo del suelo, prevención de incendios y políticas hídricas integradas. La inversión en prevención de incendios y en medidas de adaptación local permanece por debajo de estándares comparables en otras regiones mediterráneas del mundo.
En medio del desastre han surgido soluciones locales y creativas. Proyectos como la llamada “brigada caprina”, rebaños de cabras que se usan para pastoreo estratégico y así reducir carga combustible en zonas periurbanas y rurales, muestran que la prevención puede integrar saberes locales, ciencia y economía social. Generando empleos y reduciendo riesgo cuando se complementa con planificación técnica. Estas iniciativas, además, hablan de la necesidad de políticas públicas que incentiven la resiliencia desde abajo.
