Cada feriado del 15 de agosto, la Iglesia Católica celebra con gran solemnidad el Día de la Asunción de la Virgen María. Fecha que recuerda y honra el momento en que, según la tradición y la fe, María fue llevada al cielo en cuerpo y alma.
Este acontecimiento, considerado un signo de glorificación para todos los fieles, es uno de los pasajes más influyentes del cristianismo. Pues no solo representa la culminación de la vida terrenal de la Madre de Jesús. Sino también la promesa de una vida eterna para todos los creyentes que siguen el camino de la fe. En esta nota, te contamos todos los detalles.
El origen de la Asunción de la Virgen
El significado de esta solemnidad radica en la convicción de que la Virgen María, por su pureza, obediencia y cercanía única con Dios, se preservó de la corrupción de la muerte. Y que su cuerpo y alma fueron elevados por voluntad divina a la gloria celestial. Este misterio, que refleja la esperanza de toda la humanidad en la resurrección, vincula de manera íntima a la figura de María con la suerte final de todos los fieles.
Aunque desde los primeros siglos de la cristiandad existía la creencia en la Asunción, su proclamación oficial como verdad de fe fue un proceso largo. Ya en 1849, grupos de creyentes y obispos de distintas partes del mundo enviaron peticiones a la Santa Sede. Solicitando que se declarara como doctrina formal. Sin embargo, pasaron más de cien años antes de que se concretara esta solicitud.
Finalmente, el 1 de noviembre de 1950, el Papa Pío XII promulgó la Constitución Apostólica Munificentissimus Deus. En la que proclamó este acontecimiento como dogma, donde expresó: “Pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado; que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste”.
La proclamación de este dogma no solo reafirma la singular dignidad de María, sino que también la presenta como modelo y signo de esperanza para toda la humanidad. En su Asunción se refleja la promesa de que quienes vivan con fe y devoción podrán participar de la gloria eterna. De este modo, el 15 de agosto se convierte en una fecha profundamente significativa para el catolicismo. En la que se celebra tanto el destino glorioso de la Madre de Dios como la certeza de que, a través de Cristo, esa misma promesa se extiende a todos los fieles.
